domingo, 7 de diciembre de 2014

La Promesa

Estaba cantando en voz baja y junto a mí una mujer hacia lo mismo. La misma canción, el mismo modo, casi en susurro. La sorpresa no me invade de inmediato, demoro un instante antes de percatarme del curioso hecho. Al hacerlo, una sensación intensa de calor comienza a ramificarse a través de todo mi sistema nervioso, colocándome en un pasivo estado de alerta.

Siento temor y desconfianza, a la vez que simpatía y tranquilidad (como si dichos sentimientos antagónicos pudieran coexistir de la forma más natural). Pero el detonante de esta reacción, por demás indefinida, no es la mujer y su sensualidad, dispuesta en una forma de invitación a ser seducida junto a una isla de descuento en libros, mientras simula leer una edición maltrecha de Horacio Quiroga (aunque algo de eso hay, de que valdría negarlo).

El real motivo es la no existencia de la canción. Yo la invente, pero no en cualquier lugar y momento (a modo de ejemplo: bañado por la luz de luna, en un balcón mientras de fondo, y con motivo de inspiración, se hacían presentes las melodías de un disco de Bill Evans o Dave Brubeck). No. La canción se manifestó en mi boca, sin el filtro previo de un concepto razonado, o de algún evento particular en la experiencia que me haya movilizado el alma. No hubo interpretaciones previas en un bar, o en la radio, ni selle para la posteridad su contenido lirico en un pentagrama (sin ir más lejos, yo ni siquiera soy músico). La canción no existía hasta hace segundos. Yo le di vida. La creé de la nada, sin proponérmelo, un divertimento mientras buscaba entre los tomos apilados de una librería  “La invención de Morel” a un precio más que modesto.

Y allí estaba ella. La mujer que se apropiaba de mi canción recientemente inventada. Empleando las mismas palabras, haciendo énfasis en los mismos pasajes, la misma tonada (justifico la redundancia del término “mismo” en mi relato, dado que resume los motivos de mi estado de perplejidad absoluta. Pero debo ser concreto y no insistir por demás en este hecho. No debo vulgarizar lo inconcebible. Además, acabo de procesar la situación, de pasar del “¿qué?” al “¿cómo?”. A la sorpresa dio lugar la curiosidad).

Pensé entonces en las infinitas posibilidades que dieran respuesta a la interrogante que se acababa de presentar. La imagine siendo una persona del futuro muy cercana a mí, posiblemente mi mujer, hija o nieta. Ella entonces estaría cantando como una cómplice, muy cerca mio, una canción que, a sus sabiendas, compuse en este mismo día. Intuyo que se lo habré retratado como la anécdota más extravagante que me haya ocurrido.

Siguiendo con la lógica de esta teoría, empezaría por decirle lo atemorizado que estaba por el acontecimiento, a mí entender surrealista, que se me habría presentado en este sitio. Luego, le comentaría mis sospechas sobre lo acontecido y las resoluciones que habría abordado.

Me detuve en esta posibilidad, mientras la seguía con la mirada por todo el negocio hasta la fila de la caja. Seguramente al llegar a casa después de salir de la librería, en este día, me senté largas horas frente al escritorio y le di forma final a la letra. Habré pasado años tratando de pulir técnica en algún instrumento para agregarle la melodía deseada en la interpretación original, es decir, la actual en mi cabeza. Ni que hablar las lecciones de canto, dado que tanto esfuerzo se arruinaría con mi nivel, nulo, actual.

La teoría expuesta me convencía, o debo decir, me agradaba. Me imagine conservando esta duda conmigo hasta mi deceso. Comentándole el extraño suceso de aquel día en la librería en la primera vez que ensaye la canción frente a ella. ¿Le habré pedido que la recordara? ¿O lo habrá hecho por voluntad propia? Quizás le gustara tanto que llego a rogarme la repitiera en cada oportunidad presente, o en eventos especiales para ella, como su cumpleaños o en las navidades. Seguramente le pedí que, de existir la posibilidad de volver en el tiempo, me buscara en este mismo día, en este lugar, de blazer marrón con coderas y remera de batman debajo (la imagino riendo más por esto que por la inusual petición). Esto es, porque sabía que descubriéndola a ella daría forma a una canción que se convertiría en el sentido de la vida de ambos.

Tras pagar, ella se retira pasando por delante de mí (juraría que la vi sonreír al cruzar miradas conmigo). Su marcha rápida me provoca un impulso por querer llamarla y detenerla. Me sereno y bajo el brazo que había levantado en señal de alto. Me quedo con las palabras de ruego en la boca mientras la veo atravesar la puerta del establecimiento.

Al salir de la librería siento una leve angustia. Camino por Corrientes pensando en que quizás yo muera sin saber la verdad sobre lo que paso esta tarde. Me consuelo sabiendo que a fin de cuentas eso sería lo menos importante. De haber ocurrido todo según lo planteado, ella habría cumplido con su promesa. Había salvado la canción.

martes, 17 de junio de 2014

Chinkana

Entrecierro los ojos. Mi cuerpo se siente pesado así que las piernas ceden al camino. Busco sombra cerca del paraje. El sol no conoce la clemencia para aquellos que caminan por Bolivia. Finalmente un grupo de árboles ofrece refugio y me dejo caer a sus pies de una forma poca agraciada, arrojando la mochila a un lado y zambulléndome de cara a la tierra (me arrepentiré luego por la exageración del acto). Mientras estoy allí tumbado, alcanzo a ver los nevados de Sorata más allá de las aguas del Titikaka. Lanzo una última mirada al sendero antes de que el sueño venza y abandone esta dimensión que encierra la carne. Dedico unos segundos a fantasear con antiguas historias Incas que quizás transcurrieron dentro del recinto donde me hayo tirado. Me duermo con la imagen de una virgen del templo del Dios Inti cortándose las venas con la punta afilada de una rama.
  
 Desperté al poco tiempo, pero el escenario era otro. La camioneta no dejaba de sacudirse. Comencé a notar la acumulación de sangre en mis tobillos y el dolor punzante en las rodillas debido a la falta de espacio entre los asientos. Súbitamente recordé que por la tarde habíamos abordado el transporte que nos llevaría hacia las montañas de Sorata.  Sorprende ver el vehículo tan lleno. A mi lado, una cholita con su hija en brazos parece dormir plácidamente. A través de la ventana se vislumbra entre los matorrales la fina separación entre la camioneta y el vacío. A lo lejos divise los pueblos en las montañas, los animales pastando, la gente cultivando, las cholas pastoreando con sus distinguida forma de vestir. Siento hambre, pienso en cuando fue la última vez que comí algo, creo que fue en La Paz, pero esto no tendría sentido ya que son cuatro (¿o eran cinco?) los días desde que partimos de esa ciudad. Sin darme cuenta, el sueño me vence nuevamente. Bostezo, abrazo la mochila y apoyo la cabeza sobre la misma.

 Mis ojos se cierran, pero alcanzan brevemente a la oscuridad. En el mismo instante en que percibí la sensación de encontrarme dormido, me encontré sentado sobre el banco de una plaza. El clima era distinto, más cálido; las montañas también eran otras, así como la vegetación, el aire, las personas, los edificios, las aves, las cholas. Un cartel me advertía que me encontraba en Coroico. Al igual que la vez anterior, no viví la experiencia del viaje, pero los recuerdos del mismo estaban impregnados en mi memoria. Recordaba todo el tramo realizado por la camioneta hasta Sorata, las hileras de eucaliptus desplegándose por la montaña, la hostilidad de la gente de la zona hacia los extranjeros, la comida picante, el regreso a La Paz para reanudar el viaje hacia las yungas.

 Deduje la posibilidad de sufrir de insomnio dentro de uno de mis sueños. Temí por no despertar, por seguir saltando entre las dimensiones y acumulando lagunas temporales entre los hechos hasta el cese de mis días.  Me incorpore asustado, me moje la cabeza en el agua de la fuente. Compre una Coca Cola y me la bebí. No debo dormir, eso lo sé bien, pero, ¿hasta cuándo podré cumplir con esa empresa? Para colmo mi cuerpo se siente pesado, completamente extenuado. Es obvio que ha estado andando, yo lo recuerdo (aunque no lo haya vivido). La instancia en que y vivo y logro dormir escapa a mi saber. 

  La fatiga me hunde en uno de los bancos de la plaza, quiero evitar dormirme a toda costa, pero sé que no lo voy a lograr, mi cuerpo está al límite. Pronto cerrare los ojos, entonces uno de mis “yo” tomara mi lugar en el sueño y “yo” saltare hasta el momento en que otro de mis “yo” (tras haber despertado y vivido y volver a dormirse) despierta involuntariamente. Es deprimente darme cuenta que en esa teoría loca, la parte que me corresponde a mí es la más insignificante. Me había convertido en la resaca de un sueño malogrado, no me corresponde vivir, así como tampoco soñar. Soy la falla del sistema entre el plano físico y metafísico. Soy el limbo de mi propio ser. La confusión inmensa me hace doler la cabeza, siento un estado de ebriedad. Abrazo la mochila y entre maldiciones, y ruegos en voz baja, me duermo. 

domingo, 13 de abril de 2014

Los Antropófagos

-Soñé que estaba en un lago, nadando bajo el agua sin rumbo alguno. No había peces, ni algas, ni tampoco objeto alguno que se pudiera distinguir allá arriba en la superficie. Solo un halo de luz blanca iluminaba el vacío que me rodeaba en lo profundo. Para colmar el asunto, la temperatura del agua se asemejaba a la de mi cuerpo, así que la sensación de estar inerte aunque me encontrara en movimiento me predisponía a pensar que flotaba en la nada misma. Poco a poco me iba quedando sin aire. No había forma de que sobreviviera y tampoco tenía una motivación para estar vivo. De repente había aparecido ahí y lo único que sabía desde el principio de todo el asunto era que iba a morir. Sin embargo no sentía miedo, por el contrario, lo que me invadía era un estado de calma muy grande.

   Tras decir esto, hizo una breve pausa en su relato. Extendió su mano hacia la mesa donde había dejado un cigarrillo y se predispuso a fumar. Retuvo el humo unos instantes mientras miraba hacia el techo. Parecía buscar, en ese ínterin, las palabras adecuadas que dieran cierre perfecto a su relato. Al haber expulsado todo el humo de su sistema, continúo hablando.

-Sin lugar a dudas morí. Es muy gracioso lo que me paso al despertarme…pero no es lo importante, ni lo que quiero contar. El asunto es que no podía dejar de pensar en el significado del sueño. Bien podría tratarse de la representación de una etapa prenatal o un retrato de la muerte misma, pero lo que pensé fue que se trataba de la idealización de la vida. Alguien una vez me dijo, "a veces somos tantas personas en una, que terminamos olvidando quienes somos realmente. La furia de los días nos obliga a saltearnos de nuestras verdaderas metas. Es como si el presente nos avasallara con sus condiciones, así que hacemos una tregua con nosotros mismos de olvidar el pasado y resignar el futuro para, de esta forma, poder sobrellevar nuestras vidas de la mejor manera posible". Me convencí después de esto que el mensaje era muy claro. Cuando sienta en mis días otra vez la sensación que me cubría en el sueño, voy a saber que estoy haciendo las cosas bien. Mientras no olvide quien soy, ni lo que quiero, el caos que hace la vida no va a afectarme.
 
   Cuando acabó de decir esto, él volvió a fumar. Quedo en silencio un rato, como a la espera de algún tipo de comentario. Ella se dio cuenta de esto, así que limpio la comisura de sus labios, antes impregnados de sangre, y se predispuso a hablar.

-¿Cómo sabias que era un lago? Por lo que me describís parecía más el espacio y ahí también se flota- Dijo en tono burlón, sin apartar la vista del corte de carne que había hecho con sus dientes. 

-Supongo que sí. No es un mal razonamiento. Pero me gusto más pensar que se trataba de un lago. Pone en mejor contexto a la historia, ¿no?
 
   Ella siguió comiendo. Tras cada pequeña mordida apartaba la piel de la carne con sus dedos y lamia la sangre que de la incisión brotaba. Lo hacía con tal cuidado y gentileza que le restaba espectacularidad a la escena que se presentaba. Su devoción por la antropofagia había aumentado en el último tiempo, comía hasta saciarse y encontraba un gran placer en ello. Él, por el contrario, se vio cada vez más desinteresado en este asunto (aun cuando fuera él quien lo propuso como ritual tras cada vez que hicieran el amor) y últimamente solo se dedicaba a fumar y a observar cómo era devorado. No sentía nada en lo absoluto, ni dolor, o placer. Solo la curiosidad le venía en gracia, "¿cuánto tiempo le llevará hacerme desaparecer?" era lo que pensaba a menudo.

   Usaban un tipo de droga que ayudaba a liberar una gran cantidad de dopamina. La fuerte asociación entre este hecho y el daño causado a sus cuerpos les quito poco a poco el trauma del dolor y aprendieron a disfrutar del castigo que se infringían. Todo convenio moral era esquivo, toda lógica estaba ausente. No había promesas por cumplir, ni mañanas que inspiraran levantarse. El futuro no estaba en sus planes.

-Linda, ¿podrías abrir un poco la ventana? Siento que el aire se está empezando a viciar.
 
   Tardo un tiempo en levantarse del suelo, el efecto del sedante conspiraba contra sus movimientos. Al conseguirlo, empleo la silla del escritorio como soporte para lograr el equilibrio perdido por la falta de motricidad de una de sus piernas descarnadas, se arrastró con la misma hacia donde estaba la ventana y tras abrirla corrió también un poco las cortinas. La luz se hizo presente en el ambiente y expuso la realidad en que ambos vivían. Un  rincón con sábanas y toallas completamentente ensangrentadas, cenizas rebalsando un cenicero, humo y más humo.

    Él estaba sentado sobre la cama. Difícilmente se podría decir que era un ser humano dado las numerosas cicatrices y amputaciones sufridas. Cuando ella se acercó y le pidió el cigarro que contenía la droga, inmediatamente supo que era su turno para alimentarse. Le extendió el brazo como señal y guiño un ojo para confirmar el hecho. Él la miro a los ojos y con una sonrisa que parecía encubrir toda su tristeza acumulada, negó la oferta con un movimiento sutil de cabeza.
 
   Ella lo miro sorprendida, era la primera vez que se negaba a comer. Pensó en cómo había dado comienzo toda aquella situación. En la sensación de soledad que varias veces habían experimentado estando juntos y de cómo la necesidad insana por prevalecer los había arrastrado a devorarse entre sí, pensando que así podrían hallar una forma de complementarse mejor. Los reclamos constantes, las diferencias de opinión, los maltratos verbales; todo había desaparecido con la antropofagia.

  Tras un largo silencio, en el que ella fumaba mientras él la miraba con la vista perdida, fue el motor de un avión volando bajo lo que los hizo regresar al mundo del sonido.

-¿Y qué paso cuando te despertaste?- Pregunto ella de repente, ante el temor de ser devorada nuevamente por ese silencio que los conducía a la nada.
  
   Él volvió a mirarla a los ojos. El sol exponia a la luz su rostro deformado y la tonalidad de sus ojos cobro más intensidad. Un brillo que le confería nuevamente una vida. Ella tuvo por un momento la impresión de estar con otra persona. 

-Ah, eso. Bueno, cuando me desperté me dio sed

   Fue lo ultimo que le dijo. Sonrió al hacerlo, ella le devolvió el gesto, pero ninguno de los dos se echó a reír. Desnudos, en aquella habitación cubierta por el humo, se perdieron nuevamente en el silencio. Sus cicatrices serian el único vestigio de que alguna vez se habían relacionado.