martes, 17 de junio de 2014

Chinkana

Entrecierro los ojos. Mi cuerpo se siente pesado así que las piernas ceden al camino. Busco sombra cerca del paraje. El sol no conoce la clemencia para aquellos que caminan por Bolivia. Finalmente un grupo de árboles ofrece refugio y me dejo caer a sus pies de una forma poca agraciada, arrojando la mochila a un lado y zambulléndome de cara a la tierra (me arrepentiré luego por la exageración del acto). Mientras estoy allí tumbado, alcanzo a ver los nevados de Sorata más allá de las aguas del Titikaka. Lanzo una última mirada al sendero antes de que el sueño venza y abandone esta dimensión que encierra la carne. Dedico unos segundos a fantasear con antiguas historias Incas que quizás transcurrieron dentro del recinto donde me hayo tirado. Me duermo con la imagen de una virgen del templo del Dios Inti cortándose las venas con la punta afilada de una rama.
  
 Desperté al poco tiempo, pero el escenario era otro. La camioneta no dejaba de sacudirse. Comencé a notar la acumulación de sangre en mis tobillos y el dolor punzante en las rodillas debido a la falta de espacio entre los asientos. Súbitamente recordé que por la tarde habíamos abordado el transporte que nos llevaría hacia las montañas de Sorata.  Sorprende ver el vehículo tan lleno. A mi lado, una cholita con su hija en brazos parece dormir plácidamente. A través de la ventana se vislumbra entre los matorrales la fina separación entre la camioneta y el vacío. A lo lejos divise los pueblos en las montañas, los animales pastando, la gente cultivando, las cholas pastoreando con sus distinguida forma de vestir. Siento hambre, pienso en cuando fue la última vez que comí algo, creo que fue en La Paz, pero esto no tendría sentido ya que son cuatro (¿o eran cinco?) los días desde que partimos de esa ciudad. Sin darme cuenta, el sueño me vence nuevamente. Bostezo, abrazo la mochila y apoyo la cabeza sobre la misma.

 Mis ojos se cierran, pero alcanzan brevemente a la oscuridad. En el mismo instante en que percibí la sensación de encontrarme dormido, me encontré sentado sobre el banco de una plaza. El clima era distinto, más cálido; las montañas también eran otras, así como la vegetación, el aire, las personas, los edificios, las aves, las cholas. Un cartel me advertía que me encontraba en Coroico. Al igual que la vez anterior, no viví la experiencia del viaje, pero los recuerdos del mismo estaban impregnados en mi memoria. Recordaba todo el tramo realizado por la camioneta hasta Sorata, las hileras de eucaliptus desplegándose por la montaña, la hostilidad de la gente de la zona hacia los extranjeros, la comida picante, el regreso a La Paz para reanudar el viaje hacia las yungas.

 Deduje la posibilidad de sufrir de insomnio dentro de uno de mis sueños. Temí por no despertar, por seguir saltando entre las dimensiones y acumulando lagunas temporales entre los hechos hasta el cese de mis días.  Me incorpore asustado, me moje la cabeza en el agua de la fuente. Compre una Coca Cola y me la bebí. No debo dormir, eso lo sé bien, pero, ¿hasta cuándo podré cumplir con esa empresa? Para colmo mi cuerpo se siente pesado, completamente extenuado. Es obvio que ha estado andando, yo lo recuerdo (aunque no lo haya vivido). La instancia en que y vivo y logro dormir escapa a mi saber. 

  La fatiga me hunde en uno de los bancos de la plaza, quiero evitar dormirme a toda costa, pero sé que no lo voy a lograr, mi cuerpo está al límite. Pronto cerrare los ojos, entonces uno de mis “yo” tomara mi lugar en el sueño y “yo” saltare hasta el momento en que otro de mis “yo” (tras haber despertado y vivido y volver a dormirse) despierta involuntariamente. Es deprimente darme cuenta que en esa teoría loca, la parte que me corresponde a mí es la más insignificante. Me había convertido en la resaca de un sueño malogrado, no me corresponde vivir, así como tampoco soñar. Soy la falla del sistema entre el plano físico y metafísico. Soy el limbo de mi propio ser. La confusión inmensa me hace doler la cabeza, siento un estado de ebriedad. Abrazo la mochila y entre maldiciones, y ruegos en voz baja, me duermo. 

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